El Parque Nacional del Manu: Una realidad cercana al paraiso.
Escrito por Róger Rumrrill
A las cinco de la tarde en una trocha del bosque primario en el Parque Nacional del Manu no pasa un solo rayo de sol. Gigantes cedros, caobas, tornillos y shihuahuacos forman un dosel compacto a 20 metros de altura. Abajo, el bosque umbroso parece un parque.
Caminamos en silencio por esa trocha, ubicada exactamente frente al puesto de vigilancia (PV) de Paquitza, cruzando el río Manu. De repente el guardaparque que encabeza la fila india se detiene, nos mira y con los dedos en la boca nos dice que nos quedemos en silencio. Un silencio lleno de secretos rumores y sonidos que se quiebra ruidosamente por el castañeteo de decenas y centenares de colmillos que se entrechocan furiosos y amenazantes.
Probablemente el Parque Nacional del Manu sea uno de los pocos lugares en la cuenca amazónica donde todavía es posible ver caminando apaciblemente en las playas, a un hermoso ejemplar de otorongo (Pantera onca)
-- Es una manada de huanganas muy enojadas porque un otorongo las persigue. Serán como 200--, susurra , mirándonos.
Un acre olor inunda el bosque y el perfume de las zangapilla se hace trizas en nuestras pituitarias. El guardaparque quiere seguir avanzando por la ahora ruidosa trocha, pero Ninoska, la bióloga del Parque que nos acompaña, que ha visto nuestros rostros sudorosos, nerviosos y pálidos, dice:
-- Nos pueden atacar. Están furiosas. Regremos-, y la fila india integrada por el guardaparque, Ninoska, Jeff, Carla, Taylor, Linda y este cronista da media vuelta y emprende la retirada.
Ese mismo día, a media mañana, mientras surcamos el río Manu sembrado de palizadas, observamos en las playas, asoleándose, decenas de lagartos negros y blancos, familias de ronsocos chapaleando en las aguas tibias del río, una familia de cotomonos con un jefe que con su mirada curiosa y severa parece que nos quisera decir “y ustedes que tipos de monos son porque es la primera vez que los veo por aquí”. Como si todo ese milagro de la naturaleza no fuera suficiente, al día siguiente, de bajada rumbo al pueblo de “Boca Manu”, en la desembocadura del Manu en el río Madre de Dios, el equipo avistó un otorongo, posiblemente una hembra, fotografiada por Jeff Bivens, foto que “Kanatari” está publicando en exclusividad.
El Parque Nacional del Manu es, quizás, por el Arca de Noé de sus playas donde retozan mamíferos, reptiles y multitud de aves, por sus inmensos e intocados rodales de cedro, por sus indígenas no contactados que a veces pueden ser furtivamente observados colectando huevos de tortugas en las playas, inocentes en su desnudez natural como en el primer día de la creación, lo más parecido y cercano a la visión y percepción del bíblico paraíso terrenal. Un paraíso que, como todos los paraísos reales e imaginarios, que como nuestras propias utopías, están bajo amenaza.
Limonal, a orillas del río Manu, es uno de los Puestos de Vigilancia (PV) en el ámbito del Parque Nacional del Manu, de casi dos millones de Km2. y uno de los bancos genéticos más importantes del Planeta. En la foto, de derecha a izquierda: Jeff Bivens y su hijo Taylor, acompañado del equipo de guardaparques ; al extremo izquierdo, Linda Rumrrill y su hija Carla (esposa de Bivens)
Banco genético y patrimonio de la humanidad
El Parque Nacional del Manu, con una superficie de 1 millón, 881 mil hectáreas, es el segundo en superficie en el Perú después del Parque Nacional Alto Purús y uno de los primeros en el mundo por su megadiversidad y por esta razón declarado por la UNESCO Reserva de la Biósfera y Patrimonio de la Humanidad, en 1987.
El Parque, de acuerdo a su reciente Plan de Manejo, contiene más de 3,500 especies de plantas registradas, buena parte de ellas aún no identificadas. El catálogo de la fauna del Manu es impresionante: 160 especies de mamíferos, un poco más de 800 especies de aves, 140 especies de anfibios, 50 especies de serpientes, 40 de lagartijas, 6 de tortugas, 3 de caimanes y 210 especies de peces.
Pero la flora y la fauna no es la única riqueza del Manu. También tiene una enorme patrimonio cultural y humano conformado por las poblaciones indígenas principalmente machigüenga, que habitan al interior del Parque en las Comunidades de Tayacomé y Yomibato y grupos de indígenas en aislamiento voluntario que se desplazan en los inmensos bosques del Parque siguiendo los ciclos biológicos de la naturaleza para su supervivencia.
El Parque Nacional del Manu, como pocos en el mundo, alberga en su ámbito una enorme diversidad de ecosistemas, desde pastizales de puna por encima de los 4 mil metros de altura sobre el nivel del mar, pasando por bosques tropicales lluviosos, hasta los bosques de neblina y montamos. Todo este universo regado y atravesado por un complejo sistema hidrográfico donde el río Manu, afluente del río Madre de Dios, es una subcuenca especie de matriz nutricia de este paraíso de la naturaleza.
En el balcón cósmico de “Tres Cruces”
Un viajero inglés del siglo XIX imaginaba la maravilla que sería para el hombre del futuro mirar el bosque amazónico desde las alturas, experiencia que ahora es posible desde los puentes colgantes de “Explornapo” en el río Sucusari, afluente del Napo, y desde las barbacoas que los científicos construyen en las altas ramas de los árboles para estudiar la fauna de invertebrados.
Esa misma maravilla se experimenta mirar la Amazonía y los bosques del Manu desde el balcón cósmico de “Tres Cruces”, desde más de 4 mil metros de altura sobre el nivel del mar.
Para vivir esa experiencia , pernoctamos la noche del 22 de junio en la ciudad de Paucartambo, luego, a las dos de la madrugada partimos con dirección a “Tres Cruces” para mirar los tres soles amazónicos que asoman al amanecer del día 23, como un fenómeno de la refracción de la luz solar con el vaho que sube, al amanecer, del universo potámico del bosque amazónico.
Taricayas (Podocnemis unifilis) tomando el sol veraniego en el río Manu.
El espectáculo cósmico es realmente indescriptible. Pese a que la ilusión óptica es breve y fugaz, porque un viento glacial cordillerano ha hecho subir rapidamente la niebla de los bosques, el resplandor solar y las figuras estelares que forma la niebla, dan la impresión que vivimos el primer día de la creación, que somos testigos y espectadores privilegiados del alba del mundo.
Desde las alturas de “Tres Cruces” y Acjanaco, donde empieza el Parque, empezamos a descender casi en picada por el bosque de neblina, el habitat del Gallito de las Rocas y la Taruca hasta caer en sólo cuatro horas en el pueblo cusqueño de Pilcopata, ya en el llano amazónico, una pequeña ciudad poblada mayormente por colonos andinos, en la zona de amortiguamiento del Parque. De allí, por trochas carrozables sobre el lecho de los ríos secos en este verano amazónico avanzamos hasta Salvación, la capital de la provincia del Manu, en territorio de la Región Madre de Dios y de allí, en una hora más en una camioneta que salta sobre las piedras del camino, llegamos al puerto de Santa Cruz, donde se ha instalado un confortable PV. De allí tenemos que navegar 8 horas hasta Boca Manu.
El río Alto Madre de Dios es un río endiablado en el verano. Parece una escalera de agua encrespada descendiendo sobre bancos de arena y piedras. En un río así, sólo los motoristas indígenas Machigüenga son capaces de hacer llegar a buen puerto a las canoas y los botes. Sólo ellos conocen no sólo el curso y el canal secreto e invisible de este río, sino también sus trampas y sus caprichos. Sus caprichos, como todos los ríos jóvenes de la Amazonía, meádricos, cambiantes, movedizos y poderosos. Ocho horas después de nuestra partida de Santa Cruz y luego de una breve parada en el PV de Pusanga, Andrés Sapona, nuestro motorista Machigüenga, acodera el bote en el puerto de “Boca Manu”.
Gigantesca Lupuna (Ceiba sp.) en el bosque del Manu. El autor de este reportaje, Róger Rumrrill intenta medir sus descomunales dimensiones.
En “Boca Manu” también desembocan los problemas del Manu
“Boca Manu” es un pueblecillo ubicado, como dice su nombre, en la boca del Manu, habitado por 40 familias, la mitad de ellas migrantes andinos y la otra mitad pucallpinos. Uno de los vecinos más antiguos es don Manuel Moreno Moreno, un pucallpino que llegó a la zona en 1954, en un viaje épico de 2 meses surcando el Ucayali con rumbo a Atalaya y de allí hasta la boca del Urubamba, luego tramontó el Mishagua, cruzó el famoso varadero de Fitztcarrald y enrumbó por el Cashpajali con dirección al Alto Manu, tanganeando finalmente hasta la boca. Toda esta odisea que casi le cuesta la vida sólo para cazar y comprar pieles de tigre, de tigrillo y nutria durante el “boom” de las pieles de animales silvestres que, felizmente, concluyó casi abruptamente en la región cuando se creó el Parque Nacional del Manu el 29 de mayo de 1973. Tanto Moreno como otros pucallpinos tuvieron tiempo, entre 1954 y 1973, de hacer su agosto con la fauna paradisíaca del Manu.
Hoy, Moreno y sus coterráneos atrapados para siempre en las fauces del Manu, se dedican a construir botes con los troncos de cedro que arrastra el río en el invierno y que atrapan por sorteo y por turnos. En las manos del azar, hay días y noches en que en el turno de Moreno el río no arrastra un solo palo. Ese año para Moreno es el año de las vacas flacas. Pero pueden haber inviernos en el que el viejo botero pucallpino atrapasa dos, tres y hasta cinco troncos de oloroso cedro.
A “Boca Manu” el misterioso río no sólo arroja troncos de cedro, sino los múltiples problemas que enfrenta la población que vive al interior del Parque, indígenas y colonos mestizos andinos y amazónicos. Uno de estos colonos es Luis Sarmiento Paniagua, que salió de su natal Puno a los 11 años de edad para ir en busca de “El Dorado” al Manu donde se ha quedado enraizado por una veintena de años. Es comerciante y tiene una bodega de artículos de primera necesidad y hace poco ha sido elegido Presidente de la Asociación Civil de los Intereses del Distrito de Fitzcarrald, cuya capital es precisamente “Boca Manu”.
“Aquí en el Parque todo es para los extranjeros y nada para nosotros los peruanos”, protesta Sarmiento refiriéndose a las 9 empresas turísticas que operan en el Parque y que, según él, reciben todo tipo de ventajas y beneficios de la jefatura del Parque en Salvación, en Cusco y de la Intendencia de Äreas Naturales Protegidas del INRENA en Lima. Mientras tanto, los peruanos de “Boca Manu”—masculla Sarmiento—no obtenemos ningún beneficio del Parque. Despotrica sobre todo de Charlie Mann, un norteamericano que ha convertido al Parque en una mina de oro y trafica y se aprovecha de los indígenas; descarga su artillería pesada contra el alcalde distrital, Juan de Dios Carpio, también empresario turístico que prácticamente vive en el
Cusco y despacha en esa ciudad los asuntos distritales.
El Manu, paraíso amenazado
Asi como este Lagarto Negro (Melanusuchus Níger), centenares y miles de estos reptiles se asolean en las playas del misterioso río Manu en el verano amazónico
El Parque Nacional del Manu es, pese a su extraordinaria importancia, un paraíso amenazado. Al contrario de lo que podría pensarse, la peor y más grave amenaza no proviene tanto de los extractores ilegales de caoba, de los buscadores de tesoros que cada cierto tiempo penetran clandestinamente en la mítica cordillera del Pantiacolla donde, se supone, está “El Paititi,”o de los sembradores de coca en Pilcopata y de los campesinos que queman los pastizales de la puna de Acjanaco. No. La peor y más peligrosa amenaza se origina en la incuria gubernamental, en la visión cortoplacista de los sucesivos gobiernos, en la ilusión minera de estos años que deposita todos los esfuerzos gubernamentales en la minería, dotando a esta actividad de todos los beneficios y ayudas posibles para la consolidación de un modelo económico primario exportador, olvidándose irresponsablemente de lo que significa para el Perú del siglo XXI su biodiversidad, su invalorable stock genético, su mayor y verdadera renta estratégica en la economía global del Tercer Milenio.
Un ejemplo de esta ceguera es el casi abandono de éste y otros gobiernos del Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SINANPE), cuyo objetivo es “contribuir al desarrollo sostenible del país, a través de la conservación de una muestra representativa de la diversidad biológica, mediante la gerencia eficaz de las áreas naturales protegidas, garantizando el aporte de sus beneficios ambientales, sociales y económicos a la sociedad”.
El Parque Nacional del Manu es, sin duda, una de las joyas más preciadas del SINANPE. Sin embargo, con un presupuesto miserable de 450, 000 soles para el año 2006 entregado roñosamente por los tecnoburócratas del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), uno de los centros megadiversos más famosos del planeta tiene sólo 25 guardaparques de los 50 que requiere urgentemente y no tiene fondos para implementar y ejecutar las áreas básicas de su Plan Maestro, como son los programas de capacitación para el personal, equipamiento básico, producción de información, ejecución de un plan de investigación, no ha sido posible poner en marcha el programa de pueblos indígenas y ni se han podido realizar estudios de los de los recursos que se están manejando, entre otras urgentes necesidades y requerimientos.
Escrito por Róger Rumrrill
A las cinco de la tarde en una trocha del bosque primario en el Parque Nacional del Manu no pasa un solo rayo de sol. Gigantes cedros, caobas, tornillos y shihuahuacos forman un dosel compacto a 20 metros de altura. Abajo, el bosque umbroso parece un parque.
Caminamos en silencio por esa trocha, ubicada exactamente frente al puesto de vigilancia (PV) de Paquitza, cruzando el río Manu. De repente el guardaparque que encabeza la fila india se detiene, nos mira y con los dedos en la boca nos dice que nos quedemos en silencio. Un silencio lleno de secretos rumores y sonidos que se quiebra ruidosamente por el castañeteo de decenas y centenares de colmillos que se entrechocan furiosos y amenazantes.
Probablemente el Parque Nacional del Manu sea uno de los pocos lugares en la cuenca amazónica donde todavía es posible ver caminando apaciblemente en las playas, a un hermoso ejemplar de otorongo (Pantera onca)
-- Es una manada de huanganas muy enojadas porque un otorongo las persigue. Serán como 200--, susurra , mirándonos.
Un acre olor inunda el bosque y el perfume de las zangapilla se hace trizas en nuestras pituitarias. El guardaparque quiere seguir avanzando por la ahora ruidosa trocha, pero Ninoska, la bióloga del Parque que nos acompaña, que ha visto nuestros rostros sudorosos, nerviosos y pálidos, dice:
-- Nos pueden atacar. Están furiosas. Regremos-, y la fila india integrada por el guardaparque, Ninoska, Jeff, Carla, Taylor, Linda y este cronista da media vuelta y emprende la retirada.
Ese mismo día, a media mañana, mientras surcamos el río Manu sembrado de palizadas, observamos en las playas, asoleándose, decenas de lagartos negros y blancos, familias de ronsocos chapaleando en las aguas tibias del río, una familia de cotomonos con un jefe que con su mirada curiosa y severa parece que nos quisera decir “y ustedes que tipos de monos son porque es la primera vez que los veo por aquí”. Como si todo ese milagro de la naturaleza no fuera suficiente, al día siguiente, de bajada rumbo al pueblo de “Boca Manu”, en la desembocadura del Manu en el río Madre de Dios, el equipo avistó un otorongo, posiblemente una hembra, fotografiada por Jeff Bivens, foto que “Kanatari” está publicando en exclusividad.
El Parque Nacional del Manu es, quizás, por el Arca de Noé de sus playas donde retozan mamíferos, reptiles y multitud de aves, por sus inmensos e intocados rodales de cedro, por sus indígenas no contactados que a veces pueden ser furtivamente observados colectando huevos de tortugas en las playas, inocentes en su desnudez natural como en el primer día de la creación, lo más parecido y cercano a la visión y percepción del bíblico paraíso terrenal. Un paraíso que, como todos los paraísos reales e imaginarios, que como nuestras propias utopías, están bajo amenaza.
Limonal, a orillas del río Manu, es uno de los Puestos de Vigilancia (PV) en el ámbito del Parque Nacional del Manu, de casi dos millones de Km2. y uno de los bancos genéticos más importantes del Planeta. En la foto, de derecha a izquierda: Jeff Bivens y su hijo Taylor, acompañado del equipo de guardaparques ; al extremo izquierdo, Linda Rumrrill y su hija Carla (esposa de Bivens)
Banco genético y patrimonio de la humanidad
El Parque Nacional del Manu, con una superficie de 1 millón, 881 mil hectáreas, es el segundo en superficie en el Perú después del Parque Nacional Alto Purús y uno de los primeros en el mundo por su megadiversidad y por esta razón declarado por la UNESCO Reserva de la Biósfera y Patrimonio de la Humanidad, en 1987.
El Parque, de acuerdo a su reciente Plan de Manejo, contiene más de 3,500 especies de plantas registradas, buena parte de ellas aún no identificadas. El catálogo de la fauna del Manu es impresionante: 160 especies de mamíferos, un poco más de 800 especies de aves, 140 especies de anfibios, 50 especies de serpientes, 40 de lagartijas, 6 de tortugas, 3 de caimanes y 210 especies de peces.
Pero la flora y la fauna no es la única riqueza del Manu. También tiene una enorme patrimonio cultural y humano conformado por las poblaciones indígenas principalmente machigüenga, que habitan al interior del Parque en las Comunidades de Tayacomé y Yomibato y grupos de indígenas en aislamiento voluntario que se desplazan en los inmensos bosques del Parque siguiendo los ciclos biológicos de la naturaleza para su supervivencia.
El Parque Nacional del Manu, como pocos en el mundo, alberga en su ámbito una enorme diversidad de ecosistemas, desde pastizales de puna por encima de los 4 mil metros de altura sobre el nivel del mar, pasando por bosques tropicales lluviosos, hasta los bosques de neblina y montamos. Todo este universo regado y atravesado por un complejo sistema hidrográfico donde el río Manu, afluente del río Madre de Dios, es una subcuenca especie de matriz nutricia de este paraíso de la naturaleza.
En el balcón cósmico de “Tres Cruces”
Un viajero inglés del siglo XIX imaginaba la maravilla que sería para el hombre del futuro mirar el bosque amazónico desde las alturas, experiencia que ahora es posible desde los puentes colgantes de “Explornapo” en el río Sucusari, afluente del Napo, y desde las barbacoas que los científicos construyen en las altas ramas de los árboles para estudiar la fauna de invertebrados.
Esa misma maravilla se experimenta mirar la Amazonía y los bosques del Manu desde el balcón cósmico de “Tres Cruces”, desde más de 4 mil metros de altura sobre el nivel del mar.
Para vivir esa experiencia , pernoctamos la noche del 22 de junio en la ciudad de Paucartambo, luego, a las dos de la madrugada partimos con dirección a “Tres Cruces” para mirar los tres soles amazónicos que asoman al amanecer del día 23, como un fenómeno de la refracción de la luz solar con el vaho que sube, al amanecer, del universo potámico del bosque amazónico.
Taricayas (Podocnemis unifilis) tomando el sol veraniego en el río Manu.
El espectáculo cósmico es realmente indescriptible. Pese a que la ilusión óptica es breve y fugaz, porque un viento glacial cordillerano ha hecho subir rapidamente la niebla de los bosques, el resplandor solar y las figuras estelares que forma la niebla, dan la impresión que vivimos el primer día de la creación, que somos testigos y espectadores privilegiados del alba del mundo.
Desde las alturas de “Tres Cruces” y Acjanaco, donde empieza el Parque, empezamos a descender casi en picada por el bosque de neblina, el habitat del Gallito de las Rocas y la Taruca hasta caer en sólo cuatro horas en el pueblo cusqueño de Pilcopata, ya en el llano amazónico, una pequeña ciudad poblada mayormente por colonos andinos, en la zona de amortiguamiento del Parque. De allí, por trochas carrozables sobre el lecho de los ríos secos en este verano amazónico avanzamos hasta Salvación, la capital de la provincia del Manu, en territorio de la Región Madre de Dios y de allí, en una hora más en una camioneta que salta sobre las piedras del camino, llegamos al puerto de Santa Cruz, donde se ha instalado un confortable PV. De allí tenemos que navegar 8 horas hasta Boca Manu.
El río Alto Madre de Dios es un río endiablado en el verano. Parece una escalera de agua encrespada descendiendo sobre bancos de arena y piedras. En un río así, sólo los motoristas indígenas Machigüenga son capaces de hacer llegar a buen puerto a las canoas y los botes. Sólo ellos conocen no sólo el curso y el canal secreto e invisible de este río, sino también sus trampas y sus caprichos. Sus caprichos, como todos los ríos jóvenes de la Amazonía, meádricos, cambiantes, movedizos y poderosos. Ocho horas después de nuestra partida de Santa Cruz y luego de una breve parada en el PV de Pusanga, Andrés Sapona, nuestro motorista Machigüenga, acodera el bote en el puerto de “Boca Manu”.
Gigantesca Lupuna (Ceiba sp.) en el bosque del Manu. El autor de este reportaje, Róger Rumrrill intenta medir sus descomunales dimensiones.
En “Boca Manu” también desembocan los problemas del Manu
“Boca Manu” es un pueblecillo ubicado, como dice su nombre, en la boca del Manu, habitado por 40 familias, la mitad de ellas migrantes andinos y la otra mitad pucallpinos. Uno de los vecinos más antiguos es don Manuel Moreno Moreno, un pucallpino que llegó a la zona en 1954, en un viaje épico de 2 meses surcando el Ucayali con rumbo a Atalaya y de allí hasta la boca del Urubamba, luego tramontó el Mishagua, cruzó el famoso varadero de Fitztcarrald y enrumbó por el Cashpajali con dirección al Alto Manu, tanganeando finalmente hasta la boca. Toda esta odisea que casi le cuesta la vida sólo para cazar y comprar pieles de tigre, de tigrillo y nutria durante el “boom” de las pieles de animales silvestres que, felizmente, concluyó casi abruptamente en la región cuando se creó el Parque Nacional del Manu el 29 de mayo de 1973. Tanto Moreno como otros pucallpinos tuvieron tiempo, entre 1954 y 1973, de hacer su agosto con la fauna paradisíaca del Manu.
Hoy, Moreno y sus coterráneos atrapados para siempre en las fauces del Manu, se dedican a construir botes con los troncos de cedro que arrastra el río en el invierno y que atrapan por sorteo y por turnos. En las manos del azar, hay días y noches en que en el turno de Moreno el río no arrastra un solo palo. Ese año para Moreno es el año de las vacas flacas. Pero pueden haber inviernos en el que el viejo botero pucallpino atrapasa dos, tres y hasta cinco troncos de oloroso cedro.
A “Boca Manu” el misterioso río no sólo arroja troncos de cedro, sino los múltiples problemas que enfrenta la población que vive al interior del Parque, indígenas y colonos mestizos andinos y amazónicos. Uno de estos colonos es Luis Sarmiento Paniagua, que salió de su natal Puno a los 11 años de edad para ir en busca de “El Dorado” al Manu donde se ha quedado enraizado por una veintena de años. Es comerciante y tiene una bodega de artículos de primera necesidad y hace poco ha sido elegido Presidente de la Asociación Civil de los Intereses del Distrito de Fitzcarrald, cuya capital es precisamente “Boca Manu”.
“Aquí en el Parque todo es para los extranjeros y nada para nosotros los peruanos”, protesta Sarmiento refiriéndose a las 9 empresas turísticas que operan en el Parque y que, según él, reciben todo tipo de ventajas y beneficios de la jefatura del Parque en Salvación, en Cusco y de la Intendencia de Äreas Naturales Protegidas del INRENA en Lima. Mientras tanto, los peruanos de “Boca Manu”—masculla Sarmiento—no obtenemos ningún beneficio del Parque. Despotrica sobre todo de Charlie Mann, un norteamericano que ha convertido al Parque en una mina de oro y trafica y se aprovecha de los indígenas; descarga su artillería pesada contra el alcalde distrital, Juan de Dios Carpio, también empresario turístico que prácticamente vive en el
Cusco y despacha en esa ciudad los asuntos distritales.
El Manu, paraíso amenazado
Asi como este Lagarto Negro (Melanusuchus Níger), centenares y miles de estos reptiles se asolean en las playas del misterioso río Manu en el verano amazónico
El Parque Nacional del Manu es, pese a su extraordinaria importancia, un paraíso amenazado. Al contrario de lo que podría pensarse, la peor y más grave amenaza no proviene tanto de los extractores ilegales de caoba, de los buscadores de tesoros que cada cierto tiempo penetran clandestinamente en la mítica cordillera del Pantiacolla donde, se supone, está “El Paititi,”o de los sembradores de coca en Pilcopata y de los campesinos que queman los pastizales de la puna de Acjanaco. No. La peor y más peligrosa amenaza se origina en la incuria gubernamental, en la visión cortoplacista de los sucesivos gobiernos, en la ilusión minera de estos años que deposita todos los esfuerzos gubernamentales en la minería, dotando a esta actividad de todos los beneficios y ayudas posibles para la consolidación de un modelo económico primario exportador, olvidándose irresponsablemente de lo que significa para el Perú del siglo XXI su biodiversidad, su invalorable stock genético, su mayor y verdadera renta estratégica en la economía global del Tercer Milenio.
Un ejemplo de esta ceguera es el casi abandono de éste y otros gobiernos del Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SINANPE), cuyo objetivo es “contribuir al desarrollo sostenible del país, a través de la conservación de una muestra representativa de la diversidad biológica, mediante la gerencia eficaz de las áreas naturales protegidas, garantizando el aporte de sus beneficios ambientales, sociales y económicos a la sociedad”.
El Parque Nacional del Manu es, sin duda, una de las joyas más preciadas del SINANPE. Sin embargo, con un presupuesto miserable de 450, 000 soles para el año 2006 entregado roñosamente por los tecnoburócratas del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), uno de los centros megadiversos más famosos del planeta tiene sólo 25 guardaparques de los 50 que requiere urgentemente y no tiene fondos para implementar y ejecutar las áreas básicas de su Plan Maestro, como son los programas de capacitación para el personal, equipamiento básico, producción de información, ejecución de un plan de investigación, no ha sido posible poner en marcha el programa de pueblos indígenas y ni se han podido realizar estudios de los de los recursos que se están manejando, entre otras urgentes necesidades y requerimientos.
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